La vejez

La pasarela del cielo





 ¿Qué pasó,
 qué sitio es este,
 dónde se acuestan las rosas al caer la tarde,
 y al anochecer los párpados oblicuos de los ángeles?

Riendas fuertes hubo un día enfundando estas mis manos,
el horizonte se mostraba desafiante y bello,
el sol sobre lo alto reinaba y bajo mis pies se extendía llano el infinito suelo...

Ahora niebla soy,
y el humo ahora soy
de aquella ilusión postergada
 que se vierte como gas sin recipiente
y de contenido incierto...


Agnieszka Lorek


Y estas manos temblorosas
titubean sobre el aire espeso que ya no muestra el mundo,
mientras rostros y rostros se suceden los unos a los otros,
unos y otros,  como caballos cabizbajos
en la casa oscura y escandalosa del feriante endeble.

El tiempo hizo de mi una pompa en el aire del desconcierto,
 ni manos ni pies, ni lengua ni ser retienen ya
una brizna del fulgor de mi coraje...

Y el mundo se marcha presto sin mi,
 y me deja sobre la cóncava cuneta de la vejez
y la muerte del cuerpo y de la mente...
 y camina alto y erguido pisoteando mi nido,
mis recuerdos, mis ilusiones, mis dedos y mi boca
 en este último trance.

¿A qué tanta lucha que casi vencí?
 ¿A qué tanto sudor,
tanta fuerza y orgullo enarbolado
y malgastado en sufrir?

 ¿A qué restar tiempo al dulce intento
 del sustento de vivir?

¡¿A qué, estúpido..?!

¿A qué esperaste
 al último momento
de la mala vida
 para mal morir?